miércoles, 27 de octubre de 2010

El hechizo de Murakami

   Siempre he sido renuente con lo que leo, el gusto por la lectura me viene desde niña, en su momento todo cuento en la casa era rapidamende devorado por mí y releído infinidad de veces, pues no recuerdo haber obtenido muchos libros entonces, eso sí no podían faltar los clásicos de la literatura universal y la orden del dictador de pasar no sé cuánto tiempo frente a Oliver Twist, como me obligaban, ni leía, nunca me ha gustado la imposición y mi verdadero apodo es Contreras.
   Con el paso de los años atravesé una mala racha literaria, lo único repasado por mis ojos eran revistillas, nada que valga la pena mencionar. En secundaria sólo mierda dejada de tarea, la preparatoria me trajo una bonita biblioteca y me presentó a Gabriel García Márquez, con quien sostuve una larga relación amorosa, lo dejé por un tiempo al ingresar a la Universidad para salir con Quiroga, Vargas Llosa, echarme el cafecito con Ángeles Mastretta e Isabel Allende, eran tantos mis compromisos sociales que del Gabo ni me acordaba, además me fascinó la onda hispanoamericana, así que a duras penas acepté ir al cine un día con Thomas Mann, sí debo aceptar que es coquetón el tipo, pero no me encantó, de los asiáticos ni hablar.
   Pasó el tiempo y me mudé a Mexicali, donde en las noches solitarias y momentos tristes, tomaba el celular y le marcaba a uno de mis amigos escritores, quienes con sus letras me brindaban amor, compañía y consuelo, me había enamorado otra vez. Arrasé cual quinceañera con ejemplares de la narrativa hispanoamericana, cuan dichosa me sentí.
   Volví a Tijuana, dejé a mis amantes y los sustituí por televisión, cine y alcohol, quería olvidarlos, sólo obtuve olvidarme de mí. Pasados los meses tuve una epifanía, fui a una librería y recomencé la rehabilitación. Hace poco me sentí igual, fui a la biblioteca de mi actual trabajo, de mi primer amorío aquí no quiero hablar ni dar detalles...
   En mi segunda visita al despedirme de aquel amor, lo ví sentado, junto a otros, tranquilo, fornido, arrogante, peculiar, único, con finta de oriental, él también me vio, me sonrojé, ví que traía puesto, no me sentía apta para la ocasión, pero me armé de valor. Me lo presentaron esa mañana hace ya más de un mes, es japonés, fantástico, divino, hecho a la medida, me estoy enamorando, por ahora debo confesar que estoy bajo la influencia de un hechizo, el de Murakami, y con tanto que contarme, estoy segura que nuestro amorío durará por mucho tiempo, no hago otra cosa más que pensar en él, me acompaña cuando corro, al viajar, antes de dormir, me despierto acompañada y yo, simplemente feliz.
   Me voy, mi amado y yo, tenemos una cita, pronto les cuento cómo va.

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